viernes, 28 de febrero de 2014

Whatsapp, querido amigo.

Se ha caído el Whatsapp.
¿Asustados? Lo sé, lo siento.
El otro día, 22 de Febrero, estaba tranquilamente en mi habitación cuando se me ocurrió mirar el Whatsapp,
otra vez. ¿Y sabéis qué? ¡Mis mensajes no se enviaban!
Debo reconocer que los siguientes tres minutos me los pasé pendiente del móvil: conecté la WiFi, la desconecté, apagué el móvil, lo encendí, lo volví a apagar… Hice todo lo que se me ocurrió para que apareciera un tic en mis mensajes, un solo tic y sería feliz.
Triste, ¿verdad?
Pero ahí no acaba la cosa. Me fui a caminar y, cuando volví, quise mandarle un mensaje a mi tesoro un mensaje, pero ¡uhi!, ¡no iba el Whatsapp! Se me ocurrió hablar con una amiga, pero… Un poco más tarde, pensé en volver a contactar con él para mandarle una foto, qué pena que…
No sabía si era la única con la “desgracia”, y con una leve esperanza de que se hubiera caído el sistema me metí en Twitter, donde habitan las últimas novedades. Allí me esperaban decenas de tweets quejándose de que se había caído Whatsapp, de que Telegram no funcionaba, de Facebook, de las compras, de que no podían mandarse mensajes, de Internet y de mil cosas más.
Por fortuna para mucha, muchísima gente, a las once y media de la noche todo volvió a la normalidad y los whatssaps volvieron a llover celebrando la vuelta de la comunicación.
Ese día ya pasó hace tiempo pero, sin duda, sirvió para reflexionar.
Por un lado el no poder mandar fotos, mensajes o comunicarme con quién quería cuándo quería me hizo darme cuenta de la herramienta tan útil que manejamos a diario. Whatsapp nos mantiene unidos, en constante contacto unos con otros.
Si yo te quiero hablar, te mando un mensaje y en algún momento (más bien pronto, dado el vicio que tenemos todo con la aplicación) tú me responderás y sin darnos cuenta estaremos enganchados golpeando la pantalla del móvil para mantener una conversación.
Además, no hace falta encerrarse en una habitación y “perder” horas sin poder hacer nada porque, claro, si cuelgas cierras la conversación y a saber cuándo podrás volver a hablar… Con la mensajería instantánea no existe el tiempo ni el lugar. Puedes conectarte en cualquier momento y en cualquier lugar: el trabajo, una clase, el cine… ¡todo vale!, los límites los pones tú.
Y sólo he hablado de palabras. ¿Qué pasa con todo lo que se puede compartir?
Puedes enseñar a cualquiera lo que quieras: un paisaje, un momento, una canción… tu voz, las bromas de tus amigos o una foto de tu pie si te parece pueden estar circulando por la red simplemente pulsando “compartir” y eligiendo con quién. Así de sencillo. ¿No es genial?
Sí, lo es. Por eso lo queremos tanto y por eso es tan peligroso.
Puedes contar siempre que quieras con él y, lo que es mejor, sabes que estará dando lo mejor de sí. Nuestro querido amigo nos tiene malacostumbrados, muy malacostumbrados.
Tan mimados nos tiene, que en cuanto nos falla nos desesperamos y esperamos histéricos a que vuelva a funcionar. ¡Y ni siquiera hace falta que lo que falle sea él! Te puedes haber quedado sin batería, haberte olvidado el móvil o necesitar el PUK porque de repente el maldito PIN se ha esfumado de tu mente. El caso es que no podemos usarlo, y eso nos aterra. ¿Qué estará pasando? ¿Y si me ha hablado alguien y yo estoy aquí sin contestarle? ¿Y todas las noticias que me estoy perdiendo? Nos sentimos desconectados y aislados del mundo y eso no nos gusta, nada.
Esa desesperación por estar conectados con el mundo también nos afecta cuando tenemos el Whatsapp a mano, y se nota. Se nota, más que nada, porque no podemos separarnos de él. Mires donde mires ves a gente con sus móviles, mirándolos sin parar. Quietos o caminando, en la calle o bajo techo, solos o acompañados (lo que es peor). Si no comprobamos si hay mensajes o actualizamos el Twitter nos sentimos como náufragos que sólo se tienen a ellos mismos, aunque en esos momentos estemos rodeados de gente y la mitad nos esté abrazando.
Asumámoslo, más de la mitad de la sociedad somos dependientes del Whatsapp, el Twitter, el Facebook o el móvil en general. No nos gusta la idea, a nadie le gusta estar atado a un triste aparato sin vida, pero es una realidad.
Si no nos gusta, lo podemos cambiar, o al menos moderarlo.
Es difícil, pero hay gente que vive así.

¿No?

2 comentarios:

  1. Recuerdo muy bien aquel día. LLevaba muy poco con el whatsapp instalado. jeje

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué mala impresión te llevarias jaja.
      He vuelto a leer esta entrada y la verdad es que me gusta más de lo que recuerdo que me gustó al principio.

      Eliminar