viernes, 9 de septiembre de 2016

Escenario.

Antes de nada: quiero advertir de que este texto estaba destinado a ser un poco gore, y no estoy segura de si lo he conseguido. Por si acaso, quiero advertir a quien no le guste leer cosas de ese tipo que vaya con cuidado.



El olor se podía notar nada más salir del ascensor, en el pasillo del tercer piso del edificio. Uno nunca se acostumbraba a aquel hedor, a la pestilencia de lo podrido, la sangre y la muerte. Era evidente que el escenario que les esperaba no iba a ser agradable.
Se encaminaron hacia la puerta que les habían indicado, y su compañero llamó a la misma. Nadie respondió, lo cual no era sorprendente. Pudo ver la expresión en el rostro de su jefe antes de echar la puerta abajo, la duda mezclada con el arrepentimiento previo, ese era uno de aquellos días en los que uno sólo quería quedarse metido en la cama, esperando que los problemas y los delitos violentos se solucionaran solos.
Al entrar, el mal olor que se percibía en el pasillo se hacía dolorosamente más intenso, y tuvo que esforzarse por controlar las náuseas. Todo estaba en tinieblas, y les costó reparar en el enorme charco de sangre que se extendía por el vestíbulo.
Sin embargo, en el salón todo estaba cubierto de ella: regueros rojos caían en las paredes, ensuciando los cuadros que las decoraban; en el suelo apenas se podía distinguir el parqué, enterrado casi en su totalidad bajo una capa de sangre; una leve luz roja les iluminaba, y descubrieron que la bombilla de una de las lámparas también estaba manchada.
Tras dar un par de pasos, su pie chocó contra algo. Forzando la vista descubrió que había tropezado contra una pierna humana.
No era la única: con ayuda de las linternas, fueron conscientes de que la habitación estaba plagada de miembros amputados. Yacían en las esquinas, bajo los muebles, sobre ellos; varios cuerpos se encontraban en el salón, divididos en pedazos.
Escuchó una fuerte arcada, y se volvió a tiempo para ver a uno de sus compañeros huyendo hacia el pasillo para vomitar. Le entendía.
- Está bien – la voz del inspector jefe era un susurro ronco, tembloroso –. Que un par de vosotros vaya a estudiar el resto de habitaciones, a ver si están igual. Han dicho que aquí vive una niña, tratad de encontrarla, creo que no está aquí.
Dos agentes echaron a correr por el pasillo que comunicaba las estancias, y el hombre empezó a pasearse cuidadosamente por el salón. Se acercó a él.
- Mira – su jefe le invitó a asomarse hacia donde apuntaba con su linterna, el borde por el que había sido amputada una cabeza que reposaba sobre el sofá –. La división es limpia, y el resto de la estancia está en perfecto estado. Alguien se ha dedicado a cortarlos.
- ¿Quién haría algo así?
- No lo sé, nunca he visto nada igual.
- ¡Señor! – uno de los agentes que había partido a explorar la casa volvió a la habitación, agitado –. El resto de las habitaciones parecen encontrarse en buen estado, como si no hubiera pasado nada. La niña estaba escondida en un arcón.
Su compañero apareció también, con la pequeña apretada contra su pecho. No podía tener más de cinco años, y se aferraba temblorosa a la camisa del policía. No podía verla la cara, pero podía imaginarla.
- Que alguien la saque de aquí.
Con todo el cuidado que pudo, se aproximó a su compañero y cogió a la niña. Durante el intercambio, ella permaneció con los ojos cerrados, como si supiera que no debía mirar a su alrededor.
- Ya está, nos vamos a ir de aquí.
Prefirió no sentarla en el pasillo, donde el olor a muerte se unía al del vómito abandonado frente a la puerta. Bajó las escaleras hasta llegar al portal, donde se reunían varias ambulancias y un pequeño grupo de curiosos.
- Ya estás a salvo, cariño – sentó a la niña en la parte trasera de una de las ambulancias, donde un enfermero esperaba para atenderla –. Todo ha pasado, ¿vale?
La pequeña asintió, temblorosa, mirándola afligida con sus enormes ojos grises.
- No nos hemos presentado, yo me llamo Diana – le sonrió mientras le acariciaba levemente las manos, necesitaba su confianza –. ¿Tú cómo te llamas?
- Elisa.
- Un nombre muy bonito. Escucha, ahora este señor tan amable va a comprobar que no te pase nada, yo me quedaré por aquí.
Se hizo a un lado, dejando que el enfermero revisase a la niña. El agente que había sufrido las náuseas se le acercó por detrás.
- ¿La habéis encontrado?
- Sí, al parecer se había escondido – no miró a la niña, intentando que no imaginase que hablaban de ella.
- ¿Y los demás?
Negó con la cabeza.
- Es el peor escenario que he visto jamás. No sé cómo alguien ha podido llevar a cabo un acto así.
- Yo tampoco. Es casi un milagro que la niña haya podido salir viva.
- Desde luego.
Ninguno miraba a la pequeña, inmersos en sus propias elucubraciones. Quizá, si lo hubieran hecho, la astuta y fría sonrisa que esbozaba Elisa en ese momento les hubiera hecho sospechar.

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